Magazine Ciencia Diseñar una comida deliciosa que no engorde no solucionará nuestros problemas de salud

Diseñar una comida deliciosa que no engorde no solucionará nuestros problemas de salud

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Por GLady

¿Te imaginas una comida deliciosa, jugosa, incluso altamente calórica, que no aportara calorías extra a nuestro organismo? ¿Te imaginas poder comer queso, una tarta, helado de chocolate en cantidades industriales porque sea el equivalente calórico a engullir una ensalada verde? ¿Te imaginas una visita a la fábrica de Willy Wonka y salir de allí sin haber ganado ni un gramo de peso?

Sin duda, este universo paralelo sería el edén de muchos foodies y de cualquier ser humano en general. Comer, darse placer, sin arrostrar las consecuencias negativas. Pecar sin pagar ningún tributo. Pero estamos ante una entelequia. Diseñar una magdalena que conserve todo su sabor y características pero que no aporte calorías al organismo podría solucionar un problema de obesidad, aunque por contrapartida originaríamos problemas nuevos, como lo que acontece al cortar la cabeza de una Hidra.

La magdalena saludable

Imaginemos un mechero Bunsen calentando una solución en un matraz de Erlenmeyer en una suerte de laboratorio futurista de biotecnología en el que hay, por puro efectismo, un buen puñado de alambiques, retortas y morteros. Bienvenidos a un laboratorio típico de mad doctor en el que se está concibiendo el primer alimento bueno, sabroso, calórico, adictivo que, sin embargo, no engorda. Es maravilloso, ¿verdad? No tan deprisa…

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Photo by stevepb on Pixabay

En el plano teórico, no parece tan difícil. Basta con modificar genéticamente los alimentos para que produzcan compuestos que inhiban la grasa de las células. Imaginemos que no hay efectos secundarios, algo difícil, pero que entra dentro de lo posible. Incluso así, en el mejor de los mundos, los problemas serían mayores que los beneficios.

Por ejemplo, el escollo más evidente es que la gente perdería incentivos a la hora de comer de una manera saludable y estar más físicamente activa. Pensaría: bien, comiendo magdalenas de este tipo ya estoy delgado, ya no acumulo calorías, puedo perder más el control en las otras áreas de mi vida que están relacionadas con mi salud. Es decir, que desarrollando alimentos que no engordan quizá promoveríamos la diabetes tipo 2, la osteoporosis o las enfermedades cardiovasculares.

Es algo que ya sucede, de hecho, con los alimentos light o bajos en grasas: las personas tienden a comer más cantidad de ellos y con mayor regularidad porque creen que son menos perniciosos, lo que irónicamente propicia que estén alimentándose peor que si no existieran tales alternativas.

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Por stevepb

El problema de combatir problemas de salud o enfermedades que no están provocados por patógenos, sino por estilos de vida, es que estos problemas tienen un origen multifactorial: si no se atacan todos los factores, los otros adquieren más protagonismo, tal y como explica Daniel E. Lieberman en su libro La historia del cuerpo humano:

«Los gusanos y gérmenes perniciosos pueden combatirse con saneamiento, vacunaciones y antibióticos, pero las enfermedades causadas por una dieta inadecuada, inactividad física y envejecimiento tienen orígenes complejos que implican muchos factores causales que se resisten a los remedios simples.»

Daniel E. Lieberman

Centrarse tanto en solucionar los síntomas de enfermedades de este tipo produce el efecto de promover la falta de prevención de las mismas. Es un efecto psicológico elemental que tiene lugar en muchas áreas. Por ejemplo, en la simple conducción de un coche: cuando sabemos que tenemos frenos ABS, airbag u otros sistemas de seguridad, podemos tender a ser más irresponsables al volante porque nos sentimos más seguros.

Aunque los remedios de ciencia ficción suenan tentadores, de momento solo podemos combatir los problemas de salud asociados a una mala alimentación siguiendo unas normas que han sido refrendadas total o parcialmente por quintales de estudios, como este de The Lancet de 2004 que involucró a 30.000 personas de la tercera edad de 52 países: para reducir las tasas de enfermedades cardiovasculares a un 50 % funcionó llevar una dieta rica en frutas y verduras, no fumar, hacer ejercicio moderado y no beber alcohol en exceso.

Todo lo demás son sueños prometeicos. Y obviamente, un atajo a lo verdaderamente difícil: que haya voluntad política y psicológica de actuar de forma preventiva en nuestro propio interés, sin duda la más potente de las medicinas.

El poder de la prevención

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Por DarkoStojanovic

Para entender hasta qué punto invertir más recursos en prevención en vez de concebir una futura magdalena saludable resulta muchísimo más productivo, atendamos al siguiente dato: en Estados Unidos, la atención médica a un enfermo cardiovascular cuesta unos 18.000 dólares adicionales al año.

Si se persuadiera solo al 25 % más de la población para que estuviera en forma, ello supondría un ahorro de más de 58.000 millones de dólares al año solo en la atención a enfermedades cardiovasculares y solo en Estados Unidos. Vamos a repetirlo: 58.000 millones de dólares. Más o menos el doble del presupuesto anual de investigación de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH), y solo el 5% de ese presupuesto se dedica a la investigación sobre prevención de enfermedades.

La prevención, pues, parece una aspiración mucho más poderosa, por la que debemos luchar todos con mayor denuedo, en vez de la obtención de una tarta de queso deliciosa que sea capaz de mantenernos delgados en la próxima operación bikini.

También es cierto, como postilla, que persuadir a la sociedad, que solucionar un problema desde un punto de vista más sistémico, es más difícil, resulta más desalentador. Precisamente por ello, quizá, resulte finalmente más eficaz.

Si no ampliáramos nuestras miras, dejáramos de mirar el dedo que señala la Luna en vez de la Luna, entonces podríamos tropezar en el error garrafal del marqués de Condorcet, que en 1795 predijo que la medicina acabaría prolongando la vida indefinidamente.

Algún día quizá logremos disponer de tecnología médica tan deslumbrante que sea capaz de solucionar todos los problemas médicos, pero, hasta que ello ocurra, confiar en cada pequeño avance en ese ámbito en aras de desatender la prevención no solo será un tiempo desperdiciado, sino una actitud contraproducente.

Una actitud que nos condenará a vivir menos, a vivir peor, aunque podamos comer todas las magdalenas que queramos.

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