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La matanza islandesa a los vascos debida al mal tiempo

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Pasajes de San Juan
Pasajes de San Juan (Donostia). Por Alberto Loyo

Hay un lugar en el País Vasco del que salieron tres naos balleneras, a las que el mal tiempo llevó a un destino trágico. Y no estamos hablando (sólo) de una tormenta que las hundió en el mar, sino de algo mucho más sorprendente y complicado: la matanza a los vascos por los islandeses. Ese lugar del País Vasco era San Sebastián y el destino era Islandia. Más de 2.500 kilómetros de viaje y una aventura impresionante y trágica para 86 hombres.

La imagen de los balleneros vascos en la costa Cantábrica siempre me ha parecido impresionante. Cómo se lanzaban al agua subidos a una chalupa para dar caza al enorme bicho marino después de avistarlo. Pero no se quedaron sólo en la costa junto a su tierra, sino que los pescadores vascos cruzaron el Atlántico hasta Terranova y llegaron a cazar hasta 400 ballenas por año en aquellas aguas. Toda una industria se desarrolló aquí y allí en torno a estas capturas.

Los balleneros vascos crearon lenguajes nuevos para entenderse con los nativos

Barcos de pesca en Bermeo como los de la matanza a los vascos
Barcos de pesca en Bermeo como los de la matanza a los vascos por los islandeses. Por Juan Carlos Muñoz

A principios del siglo XVII los vascos comenzaron a pescar en lugares cercanos a Noruega e Islandia. Este último lugar estaba bajo dominio danés y recelaba muchísimo de cualquier contacto con extranjeros. Tanto es así que había una ley que prohibía a los extranjeros permanecer allí durante los meses de invierno, ya que los recursos eran tan pocos que apenas llegaban para la población local.

Aquí ya tenemos al mal tiempo complicando la vida a los pescadores vascos, porque los inviernos eran tan duros, que los islandeses sabían que unos pocos en su tierra eran un problema. Ni la agricultura ni la ganadería durante el invierno permitían más que una dura subsistencia. Además, los intercambios comerciales con extranjeros tenían que estar autorizados por el gobierno.

Esta era la situación cuando los tres barcos vascos llegaron a las costas islandesas en la primavera de 1615. Los capitanes bajaron a tierra a hablar con las autoridades locales que les esperaban, encabezadas por un clérigo luterano llamado Jón Grímsson. Este hombre era poco amigo de los extranjeros y menos aún de los católicos. Pero los vascos habían hecho bien las cosas y tenían una licencia otorgada por un juez, que les permitía pescar hasta el 21 de septiembre. Llegada la fecha, eso sí, tendrían que dejar la isla.

Los vascos y los locales, una vez pasado ese momento y dedicándose cada uno a lo suyo, desarrollaron una relación cordial. Tanto es así que crearon una lengua común, uniendo el euskera y el islandés, para entenderse mínimamente más allá de las nociones de latín que tenían algunos. Esa lengua era el pidgin vasco-islandés, y han llegado a nuestros días algunos glosarios con el significado de unas 900 palabras. Los vascos, por cierto, ya habían hecho algo similar en Canadá, creando el pidgin vasco-algonquino con algunas tribus de aquella zona.

Los inviernos eran tan duros que no se permitía a los extranjeros pasarlos en la isla

Antiguo barco ballenero
Antiguo barco ballenero. Por Oleg P.

Los islandeses no cazaban ballenas, así que el comercio con los vascos les daba acceso a productos que no eran fáciles de conseguir de otro modo. A cambio, los balleneros conseguían lecha, carne, madera… El mar también se mostraba favorable a los pescadores españoles, porque cazaron 11 ballenas, lo que suponía una buena temporada. A mediados de septiembre, cumpliendo la norma, ya estaban listos para volver con el jugoso botín a San Sebastián. Pero entonces fue cuando todo se torció, por culpa del mal tiempo.

La noche antes de la partida una tormenta enorme jugó con los tres barcos de los balleneros y los agitó sobre el agua hasta que los estrelló contra la costa. Varios hombres murieron, pero además las naves acabaron hundiéndose, con todo lo que esperaban llevarse a su casa sus tripulantes. Con todo lo que habían cazado. En definitiva, se quedaron sin nada. Ni siquiera tenían barcos. Las leyes les obligaban a salir de la isla en un par de días, porque el invierno llegaba y la isla no daba alimentos para todos, pero era imposible.

Fueron a ver al clérigo Jón Grímsson para pedirle ayuda y clemencia, ya que estaban en situación ilegal, usando terminología de nuestro tiempo. Y esa situación hacía que pudieran ser castigados con la pena de muerte. Así era la ley. El clérigo luterano fue en apariencia comprensivo y les aconsejó subir por la costa hasta el norte, donde podían conseguir una embarcación suficientemente sólida como para volver a casa. Los vascos partieron siguiendo su consejo, mientras el propio Grímsson comenzaba a intrigar para que los capturaran y los castigaran.

Cuando llegaron al lugar donde estaba ese esperado barco que los podía llevar a casa, resultó que el barco era muy pequeño y no mostraba un estado como para lanzarse al Atlántico en él. Como mucho les serviría para navegar en cabotaje, cerca de la costa, hasta el sur y probar suerte allí.

La masacre de los vascos en Islandia tenía nombre propio: Baskavígin

La situación no era nada buena y decidieron separarse en tres grupos, aunque no se sabe muy bien por qué lo hicieron. Cada grupo tenía que buscarse la subsistencia más inmediata, por un lado, además del modo de volver a casa. Uno de los grupos robó un poco de pescado en salazón, y cuando lo estaban comiendo los campesinos islandeses atacaron y los asesinaron. Solo uno de los balleneros sobrevivió al ataque, consiguiendo escapar y unirse a otro de los grupos. Aquel incidente por un poco de pescado provocó una catástrofe.

Los islandeses perseguían al resto de vascos para acabar con ellos, y hay que decir que su ley se lo permitía. Los locales fueron dando con algunos balleneros y matando a más de 30 sin mucha piedad. Los vascos con mejor suerte llegaron al sur y consiguieron malvivir allí unos meses, aunque habían sido condenados. Los salvó, qué paradoja, el mal tiempo. El invierno calmó a sus perseguidores porque el frío y el hielo no les permitían viajar.

En abril de 1616 los vascos vieron acercarse a las costas a un barco inglés. Lo tomaron por la fuerza y huyeron de Islandia, sabiendo que seguían en peligro. No llegaron a casa, porque nada más se supo de ellos, aunque es posible que llegaran a algún sitio y no haya noticias registradas que hayan llegado a nosotros.

Pero lo más probable es que el mal tiempo, de nuevo, los cogiera en el mar y los mandara al fondo, acabando con una aventura que fue de desgracia en desgracia hasta el desastre final. Los balleneros sabían que su trabajo era peligroso, y de hecho solían hacer testamento antes de comenzar una expedición, pero seguro que no esperaban morir a manos de los campesinos islandeses de aquella forma tan extraña.

Por cierto, habrán leído en algunos lugares que durante mucho tiempo se podía matar a los vascos en Islandia y que una ley, abolida en este siglo XXI, lo permitía. En realidad, es más bien una leyenda. Por una parte, como cuenta Javier Peláez en su libro Planeta Océano, porque ya hemos visto que las leyes iban contra los extranjeros en general y no contra los vascos en particular. Y, por otra parte, porque después de esta mala experiencia de 1615 los vascos siguieron viajando, pescando y conviviendo con los islandeses sin mayores problemas durante mucho tiempo.

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