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Cómo al leer se activa nuestro cerebro como si todo fuera real

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A pesar de que los libros, poniéndonos prosaicos, no dejan de ser pedazos de árbol prensados y cizallados salpicados por manchas de tinta, lo cierto es que pueden constituir ventanas para experimentar otras vidas, otros pensamientos, otros paisajes, otras experiencias. Es lo más parecido a Matrix en el 1.0. El billete de avión para trasladarnos a cualquier lugar.

Nuestra conexión con el mundo virtual planteada por el libro no se realiza a través de un cable que conecta nuestro cerebro hasta un ordenador, sino de la empatía.

La empatía es nuestra capacidad de ponernos en el pellejo de otra persona. Es lo que provoca que nos retorzamos cuando vemos que alguien se pega un martillazo accidental en el dedo pulgar. O que lloremos cuando el protagonista de una película pierde a su hija. Gracias a las llamadas neuronas espejo, tiene lugar un salto cortical literal entre lo que leemos, pues, y las partes del cerebro que empiezan a funcionar. Como si fuéramos quienes protagonizan la novela.

Neuronas espejo

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Para descubrir hasta qué punto las neuronas espejo participan específicamente durante la lectura de un libro, se llevó a cabo un estudio cuyo título no podía ser más fascinante: Your Brain on Jean Austen («Tu cerebro en Jane Austen»). Jane Austen es una de las grandes escritoras de la literatura universal. Nació en Steventon (Hampshire, Inglaterra) el 16 de diciembre de 1775, y fue autora de obras tan icónicas como Orgullo y prejuicio.

En el estudio citado, Natalie Phillips, una especialista en literatura del siglo XVIII, se asoció con neurocientíficos de la Universidad de Stanford para escudriñar qué le sucede a nuestro cerebro cuando estamos leyendo una obra de ficción.

Los resultados fueron fascinantes, tal y como explica Maryanne Wolf, profesora visitante distinguida de educación de UCLA y directora del Centro de Dislexia, Estudiantes Diversos y Justicia Social de UCLA, en su obra Lector, vuelve a casa: Cómo afecta a nuestro cerebro la lectura en pantallas:

Phillips y sus colegas descubrieron que cuando leemos un pasaje de ficción «de forma minuciosa» activamos regiones del cerebro que están alineadas con lo que los personajes sienten y hacen. Ella y sus colegas estaban francamente sorprendidos de que al pedir a sus estudiantes universitarios de literatura que leyeran con atención o que lo hicieran simplemente para entretenerse, se activaran distintas regiones del cerebro, incluidas múltiples áreas relacionadas con el movimiento y el tacto.

Los cerebros de los lectores fueron examinados en directo mediante técnicas de imagen por resonancia magnética funcional (fMRI), un procedimiento clínico y de investigación que permite mostrar en imágenes las regiones cerebrales activas, por ejemplo al ejecutar una tarea determinada.

El estudio, pues, sugería que podíamos cruzar el espejo, introducirnos en otro mundo, pero que era condición sine qua non leer con atención, concentrados, sin distracciones. Lo que se llama «lectura sostenida». Algo que, poco a poco, estamos dejando de hacer en las pantallas de móvil o tablets, y que solo conseguimos parcialmente con los libros tradicionales habida cuenta de que nuestro smartphone reclama nuestra atención cada poco tiempo.

Otros estudios también han sugerido que las redes cerebrales en el área responsable del tacto, la denominada «corteza somatosensorial», se activan cuando estamos leyendo metáforas sobre la textura, y que también se activan neuronas motoras cuando leemos sobre el movimiento:

Así, cuando leemos sobre la falda de seda de Emma Bovary, nuestras áreas del tacto se activan, y cuando leemos que Emma desciende a trompicones del carruaje para correr en busca de Léon, su joven y voluble amante, se activan las áreas responsables del movimiento en nuestra corteza motora y, muy probablemente, también lo hagan muchas de las áreas afectivas.

Comprendiendo a los demás

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Esta capacidad de penetrar en otros mundos a través de la lectura no solo nos permite vivir otras vidas, sino ser otras personas. Literalmente. Y, al ser otras personas, podemos llegar a entender mejor las motivaciones, zozobras y anhelos de individuos que en un primer momento no habíamos considerado iguales a nosotros.

La tendencia a cosificar de los demás se ha dado a lo largo de toda la historia, incluso hoy en día: quienes enarbolan ideologías que son diametralmente opuestas a las nuestras, por ejemplo, generalmente son tildados de menos inteligentes, menos perspicaces, menos sensibles que nosotros. Llamar «facha», «totalitario» o «rojo» al otro es una forma de cosificación cuando la cosmovisión ajena nos resulta incomprensible a nivel emocional.

Pero la lectura sostenida permite resquebrajar estos muros de incomunicación entre diferentes formas de percibir el mundo. Por eso no es extraño que el sentimiento abolicionista en Estados Unidos coincidiera con la publicación de La cabaña del Tío Tom, de Harriet Beecher Stowe, una obra que permitió a mucha gente introducirse en el universo psicoemocional de un afroamericano, descubriendo que no era tan distinto al suyo. Y los malos tratos infantiles en orfanatos empezaron a combatirse justo después de la publicación de novelas como Oliver Twist (1838) y La leyenda de Nicholas Nickleby (1839), ambas de Charles Dickens.

El proceso de tomar conciencia del otro al leer ficción contribuye, en suma, a enriquecer nuestro «laboratorio moral», en palabras del científico social Frank Hakemulder:

En este sentido, cuando leemos ficción, el cerebro simula activamente la conciencia de otra persona, incluyendo las de aquellas a las que, de otra manera, jamás hubiéramos imaginado conocer. Nos permite experimentar por unos momentos lo que de verdad significa ser otro, con todas las emociones y luchas, a veces radicalmente distintas a las nuestras, que rigen su vida.

Un libro, pues, puede ser una ventana hacia otro mundo, al reino de Oz, por ejemplo. Pero también constituye un puente hacia el interior de otra persona, hasta lo más íntimo de los recovecos de su cerebro, su corazón y su alma. Un libro, entonces, no solo es un artefacto para permitir la evasión o el pasatiempo, ni siquiera es una herramienta para la instrucción cultural e intelectual, es, también, el mejor antídoto frente a la cultura de la indiferencia.

O como lo resumiría Italo Calvino: «¿Qué somos, qué es cada uno de nosotros, sino una combinación de experiencias, de informaciones, de lecturas? Cada vida es una enciclopedia, una biblioteca».

O de forma más sintética, C.S. Lewis, en su obra autobiográfica Una pena en observación: «Leemos para saber que no estamos solos».

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